Dra. Agnieszka Bozanic Leal, académica investigadora de la Escuela de Psicología UNAB Sede Viña del Mar, y presidenta Fundación GeroActivismo.
Mientras muchos nos preparamos para celebrar las fiestas de fin de año rodeados de familia y amistades, hay un 22% de personas mayores en Chile que enfrentarán estas fechas en soledad. Si bien la soledad es un fenómeno que afecta a todos los grupos etarios, esta cifra revela algo más que una simple estadística: evidencia cómo las personas mayores siguen siendo marginadas por el viejismo, esa discriminación basada en la edad que las desvaloriza y perpetúa su exclusión social.
En este contexto, es importante distinguir entre dos formas de soledad: la voluntaria y la involuntaria. La soledad voluntaria ocurre cuando una persona decide pasar tiempo consigo misma, encontrando en ello bienestar o tranquilidad, por lo cual no existe problema ni conflicto. Sin embargo, la soledad involuntaria surge de un aislamiento no deseado, donde la persona carece de oportunidades para conectarse con otras, lo que conlleva profundos efectos negativos en su salud física y mental.
El viejismo alimenta esta soledad involuntaria de múltiples maneras. Al asociar la vejez con decadencia o dependencia, se normaliza la idea de que las personas mayores “ya no tienen tanto que aportar”, lo que justifica su exclusión de espacios familiares, laborales o comunitarios. Esta exclusión no solo las priva de participar activamente, sino que también refuerza su aislamiento al limitar las redes sociales que podrían prevenir la soledad.
Este problema no es menor: múltiples estudios han demostrado que la soledad involuntaria incrementa el riesgo de enfermedades cardiovasculares, deterioro cognitivo, depresión y ansiedad. En las personas mayores, donde los sistemas de apoyo suelen reducirse por viudez, distanciamiento familiar o barreras sociales, estas consecuencias son aún más graves.
Ante esta realidad, países como el Reino Unido y Japón han dado pasos significativos al crear un Ministerio de la Soledad, reconociendo que combatir el aislamiento social es una cuestión de salud pública. Estas iniciativas buscan fomentar redes comunitarias, crear espacios de encuentro y ofrecer apoyo emocional. ¿Qué estamos haciendo en Chile? A pesar de los lentos avances en la protección de derechos para las personas mayores, la soledad sigue siendo un tema relegado al ámbito privado. Las políticas públicas no reconocen aún al viejismo como una causa estructural de esta exclusión social. Tampoco incorporan estrategias amplias para prevenir el aislamiento, mientras el tejido comunitario se debilita bajo el peso del individualismo perpetuado desde la dictadura y la falta de espacios intergeneracionales comunitarios.
Las fiestas de fin de año son una oportunidad para visibilizar este drama y reflexionar sobre el impacto del viejismo en nuestra sociedad. Es imperativo fortalecer estrategias que combatan la soledad involuntaria desde un enfoque inclusivo y de derechos. Esto incluye la promoción de redes vecinales, la creación de espacios recreativos realmente accesibles y la implementación de programas intergeneracionales que beneficien tanto a las personas mayores como a las generaciones más jóvenes, desafiando prejuicios y creando vínculos significativos.
Este fin de año, al sentarnos a la mesa, recordemos que un gesto tan sencillo como una llamada telefónica o una invitación a compartir puede cambiar la experiencia de una persona mayor que vive sola. En paralelo, debemos cuestionar y erradicar las actitudes viejistas que perpetúan su aislamiento, construyendo una sociedad donde envejecer no signifique ser excluido, sino disfrutar de una etapa plena, conectada y reconocida por su valor.
Porque nadie debería enfrentarse a la soledad involuntaria, especialmente en un momento que celebra la unión y la esperanza. Y mucho menos por culpa de prejuicios que, como sociedad, tenemos el deber de derribar.
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