Pablo Manríquez Villarroel, académico de Kinesiología de la Universidad Andrés Bello, Sede Viña del Mar.
En un ambiente caluroso, desarrollado habitualmente durante la temporada de verano, el organismo comenzará a absorber parte de las altas temperaturas. Ante ello, como respuesta fisiológica, el sistema nervioso, endocrino, cardiovascular y respiratorio tratarán de regular los grados al interior, hacia una condición normal. Para alcanzar este objetivo, la sangre se distribuye en la piel y aumenta la producción de sudor.
Cuando una persona realiza ejercicio, existe un incremento de la temperatura corporal como consecuencia de esta actividad. Para disipar este aumento, el organismo comienza a producir sudor con la finalidad de transferir este calor hacia el exterior. Por ello, al realizar deporte dentro de un espacio expuesto al calor, denominado como hipertérmico, se generará una adición aún mayor de la temperatura al interior, junto con la liberación de sudor y evaporación de agua, desarrollando un riesgo de deshidratación alto.
En esta misma línea, en el marco de la resistencia muscular, a medida que se genera un proceso de deshidratación por el movimiento realizado, el rendimiento comenzará a disminuir porque el músculo no recibe el volumen de sangre que requiere ni los nutrientes adecuados para su correcto funcionamiento. De esta forma, se produce una especie de competencia entre la sangre que intenta regular la temperatura y aquella que requieren los músculos para poder contraerse. Tal situación representa una condición de riesgo debido a la disminución del flujo sanguíneo hacia órganos fundamentales.
Un deportista sometido en un entorno hipertérmico, desarrolla diversas señales de estrés, como una intensa sensación de sed, cansancio prematuro, aturdimiento e incluso trastornos visuales. Dentro de las complicaciones de salud más habituales, se encuentran calambres, agotamiento por calor, presentando caída de la presión arterial, pulso débil, dolor de cabeza, mareos y debilidad. En los casos extremos, se puede llegar a manifestar un golpe de calor, correspondiente a un trastorno potencialmente letal, que se caracteriza por un aumento en la temperatura corporal interna que puede sobrepasar los 40°C, acompañada de desorientación o pérdida de conciencia.
Para evitar este tipo de situaciones, se debe evitar realizar ejercicio en días en que las temperaturas se encuentren muy elevadas, sobre todo en aquellos horarios donde el sol se encuentra en posición vertical hacia las personas. Ahora bien, si de todas maneras se opta por hacer deporte en esas condiciones, se recomienda realizarlo a la sombra, en un espacio ventilado e hidratarse previamente con bebidas isotónicas. A pesar de que la tasa de sudoración es relativa en cada persona, las recomendaciones indican beber entre 500 a 600 ml de forma racionada dos a tres horas antes de la actividad.
Además, se debe asegurar la disponibilidad de líquido isotónico para beber regularmente durante toda la actividad y posterior a ella para evitar una pérdida de peso excesiva producto de la sudoración. Por ejemplo, entre 800 a 1200 ml por cada hora de ejercicio. Igualmente, es importante recordar el uso de ropa adecuada para facilitar la disipación de la temperatura hacia el ambiente, prefiriendo la utilización de ropa delgada, con secado rápido e idealmente que cuente con algún grado de protección solar.