Claudio Donoso Montero, Secretario Académico, Carrera de Psicología, UNAB sede Viña del Mar
En los últimos días, la atención mediática se ha centrado en la presencia en Chile de Leda Bergonzi, conocida en Argentina como la “Sanadora de Rosario”. Comprender la movilización de miles de personas que acuden a sus actividades organizadas en centros religiosos de la capital del país requiere volver a visitar algunos de los planteamientos fundamentales sobre la conducta religiosa, especialmente desde la perspectiva de la Psicología.
La tradición instintiva tiene a Le Bon, como uno de los primeros autores en utilizar el término “sentimiento religioso” para describir un instinto inherente al ser humano. Pavlov, por su parte, consideraba la religión como una inclinación arraigada en la actividad nerviosa superior del hombre, extendida en toda la humanidad. Desde la tradición psicoanalítica, Freud propuso que la religión representa uno de los motivos de cohesión social más fuertes y constituye la base del lazo social que mantiene unidos a los individuos, estableciendo al mismo tiempo, una serie de límites conductuales en el intercambio social. En este sentido, la ilusión, que caracteriza el sentimiento religioso y que participa en la construcción de su condición social e histórica, está motivada por la necesidad de cumplir el deseo de encontrar respuestas a los grandes misterios y problemas que la vida nos plantea como seres humanos. He aquí una explicación plausible para comprender la homogeneidad mental que han presentado en estos días los feligreses de todas partes del país, que se han dispuesto a soportar largas y extenuantes horas de espera por un interés común, por el mismo sentimiento y por la capacidad de influenciarse mutuamente.
Por otro lado, León Festinger y su concepto de disonancia cognitiva, sugiere que las personas tienden a ajustar sus creencias para que coincidan con la realidad, incluso cuando existe una brecha considerable entre el pensamiento y esta última. Esta teoría fundada en la perspectiva de los procesos psicosociales de la conducta religiosa podría ofrecer una ruta para comprender la profunda fe en milagros o sanaciones de aquellos que se han congregado en estos días en torno a Leda Bergonzi en nuestro país.
Si bien estas referencias teóricas contribuyen a fundamentar una explicación sobre el impacto del caso de la “Sanadora de Rosario” en Chile, más allá de la contingencia, surge una pregunta de fondo: ¿Cuál es la relevancia de la religiosidad en la vida cotidiana del país en la actualidad?
La promesa de sanación, la posibilidad de milagros y las palabras y gestos de esperanza parecen representar un horizonte de cambio para muchas vidas cotidianas afectadas por la desconfianza en el otro, la frustración por la falta de oportunidades y la desesperanza en ese futuro “esplendor” que parece no llegar nunca. Si la sociedad chilena ha perdido “la fe en las instituciones”, en la democracia y en la posibilidad de un futuro mejor, parece razonable volver a depositar la esperanza en la fe religiosa, en los rituales colectivos y en el sentido de comunidad. Al menos en dicha experiencia humana existe una certeza: el encuentro con el prójimo, el semejante o el vecino.
En este sentido, el impacto social generado por el caso de Leda Bergonzi representa un mensaje claro y contundente para las instituciones, las clases dirigentes y la opinión pública: la movilización social no es causada por los algoritmos de las redes sociales, la cantidad de seguidores o la propagación de las “fake news”. Estos factores constituyen más bien el efecto de una movilización. Movilización que responde a un profundo sentimiento de unidad con otros y una voluntad colectiva históricamente refrendada, que supera largamente la capacidad de traducción de una disciplina de las ciencias sociales, el oportunismo de ciertos “mercaderes de la fe” que se han hecho presentes en estos actos masivos o el intento de intervención de los medios de comunicación ante la “falta de contenidos” en este inicio de época estival. La fe, como la esperanza, es lo último que se pierde.