El concepto de persona humana es un elemento basal en el sistema simbólico de la cultura occidental moderna. Un ejemplo es la relevancia que ocupa como principio jurídico en los Derechos Humanos, pues es fuente conceptual de la dignidad humana sobre la cual se edifica el actual ordenamiento jurídico. Del mismo modo, dicho concepto es una noción básica para la filosofía y, particularmente, para la ética. La persona humana es, verdaderamente, una joya que la civilización occidental heredó del cristianismo.
Uno de los representantes más importantes de dicha herencia y que destaca por su agudeza intelectual fue Santo Tomás de Aquino, quien acuñara la siguiente definición: Persona es “el subsistente distinto de naturaleza racional” ¿Qué significa esto? Santo Tomás pone en el centro la radical individualidad del ser humano. El ser humano comparte una misma especie, esto es la humanidad que cada uno de nosotros posee por naturaleza, pero la riqueza y, al mismo tiempo, la maravilla es que dentro de esta especie somos personas únicas e irrepetibles.
¿Qué nos hace únicos e irrepetibles? La autoposesión de sí mismos, es decir, la persona es un todo íntegro, una hipóstasis perfecta, capaz de poseerse reflexivamente sin límite alguno, salvo por los límites que le impone su propio cuerpo.
¿Cómo expresamos esta autoposesión de sí mismos en la vida diaria? La persona tiene dominio de sí misma en cada acción que elige por su propia voluntad. Por ejemplo, Sócrates no actuó de tal modo porque es un ser humano, más bien actuó porque quiso. Esto significa algo fundamental en nuestra antropología occidental. Cada persona va construyendo su propio rostro en los actos que decide por sí misma. La perfección de la persona se expresa en el dominio de sí misma. Bajo esta condición se fundamenta la idea originaria de libertad. Quien no tenga dominio de sí, no puede ejercer su libertad, pues no es dueño de su voluntad.
Desde esta perspectiva, entonces, la libertad debe ser entendida como la propiedad de la voluntad que nos hace dueño de nuestros propios actos. La libertad además de ser un hecho preexistente que debemos proteger, también es una facultad que la persona debe conquistar. Quien se considere persona, sabrá ser dueña de sí misma, y quien demuestre este dominio, será digna de su propia libertad.
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