Miedo, amor, soledad, coraje, esperanza y resiliencia. Estas son solo algunas de las palabras que millones de personas utilizan para describir la experiencia de enfrentar el cáncer. Un proceso que involucra además de la complejidad de los tratamientos, la incertidumbre del futuro y la incansable búsqueda de la sanación.
No podemos negar que, a lo largo de los años, la ciencia ha logrado progresos extraordinarios en materia de tratamientos oncológicos. Pero tampoco podemos olvidar que el cáncer no es solo un conjunto de síntomas; es una experiencia transformadora de vida personal, emocional, social y física. El cáncer afecta al cuerpo, la mente, el espíritu, las relaciones y el día a día.
Tradicionalmente, el tratamiento del cáncer se ha enfocado en la enfermedad como entidad biológica, priorizando la eliminación de tumores y la prolongación de la vida. Y si bien estos objetivos son fundamentales, suele ocurrir que el paciente es reducido a una serie de resultados clínicos, estadísticas y protocolos estandarizados.
Pero, ¿qué pasa con la persona y su autonomía?, ¿dónde queda su bienestar emocional y sus miedos?, ¿cómo podemos asegurar que tenga una mejor calidad de vida y una mayor adherencia a su tratamiento? Esto nos hace repensar la forma en que cuidamos al paciente con cáncer.
La oncología debe considerar a la persona afectada por esta enfermedad como el centro de todas sus acciones. Ese es el llamado que nos hace la Unión Internacional contra el Cáncer (UICC), para conmemorar el Día Mundial y el inicio del mes de sensibilización sobre esta enfermedad, invitándonos a cambiar nuestra perspectiva.
Con ello, la voz, expectativas y experiencia de los pacientes deben ser relevadas y respetadas; y eso incluye asegurar que las personas tengan acceso a información oportuna y que sus valores y preferencias sean considerados, a través de un trato digno que reconoce su individualidad y el rol activo que pueden jugar durante la trayectoria de la enfermedad.
Esto nos invita como sociedad a mirar a la persona detrás del cáncer y a abogar en todos los espacios para que su dignidad y autonomía sean reconocidas. Nos debe movilizar para asegurarnos que el temor al diagnóstico, el estigma y la consecuente discriminación que pueden experimentar las personas debido al cáncer se erradiquen, para que nadie afectado por esta enfermedad se sienta vulnerable o vulnerado.
Poner a las personas en el centro de la oncología nos compromete a todos para formar una red de cuidados que brinde soporte y acompañamiento, pues si bien el cáncer transforma vidas, el apoyo lo transforma todo.
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