Cada primer lunes de octubre, el mundo conmemora el Día Mundial del Hábitat, una fecha para reflexionar sobre el estado de nuestras ciudades y pueblos, y sobre el derecho básico de todas las personas a una vivienda digna. Sin embargo, el concepto de hábitat no puede limitarse solo al espacio humano. En un contexto de crisis climática y ambiental, es necesario repensar nuestras ciudades y su desarrollo desde un enfoque regenerativo, donde la vida en su totalidad, no solo la humana, esté en el centro de la planificación urbana.
Chile, como muchos otros países, enfrenta grandes desafíos en sus ciudades. La urbanización acelerada, la desigualdad en el acceso a vivienda y la creciente vulnerabilidad frente a desastres naturales han expuesto la fragilidad de nuestros modelos de desarrollo. Las ciudades mal planificadas no solo marginan a quienes viven en situación de vulnerabilidad, sino que también degradan el medio ambiente, afectando la biodiversidad y los ecosistemas de los cuales dependemos. En este escenario, la regeneración se presenta como un cambio de paradigma que va más allá de la simple sustentabilidad.
A diferencia de los enfoques tradicionales que buscan solo mantener lo que ya tenemos, la regeneración urbana propone mejorar activamente las condiciones del entorno natural y social. No se trata solo de asegurarnos de que el agua salga por la llave o de minimizar el uso de recursos, sino de preguntarnos qué pasaría si ese recurso desapareciera y de cómo podemos recuperar y potenciar los sistemas naturales que permiten la vida. La regeneración busca que nuestras ciudades no solo existan en equilibrio, sino que promuevan la cohabitación armónica entre todas las formas de vida.
En este sentido, Chile debe repensar sus ciudades para que puedan absorber, recuperarse y prepararse para futuras crisis ambientales, económicas y sociales. Un ejemplo claro es el acceso al agua. La escasez hídrica que afecta a gran parte del país nos obliga a ir más allá de medidas de ahorro o eficiencia; debemos restaurar las cuencas, reforestar y recuperar humedales que actúan como reservorios naturales. Esto no solo garantizaría el acceso al agua en el futuro, sino que mejoraría la salud de los ecosistemas y, por ende, nuestra calidad de vida.
La crisis climática es una oportunidad para reimaginar nuestras ciudades bajo un modelo regenerativo. La urbanización, si se planifica desde este enfoque, puede convertirse en un motor de regeneración, donde las soluciones que beneficiaron tradicionalmente a los humanos se amplíen para mejorar el entorno natural en su conjunto. Esto implica integrar la infraestructura verde en nuestras ciudades, como parques urbanos, corredores biológicos y sistemas de gestión de aguas naturales, que no solo mejoren el ambiente urbano, sino que también refuercen la biodiversidad y mitiguen los efectos del cambio climático.
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