Rodrigo Cornejo Portilla, director de la carrera de Psicología, UNAB Sede Viña del Mar.
En la actualidad, la palabra “ocioso” se ha convertido en sinónimo de “indolente”, “perezoso”, “holgazán” cargando este término de una connotación peyorativa. Sin embargo, en sus orígenes el término “ocio” del cual deriva el primero, estaba vinculado al tiempo libre, a un tiempo de paz y creación. Para Joseph Pieper, el ocio es el “espacio en el que el hombre se encuentra consigo mismo, cuando asiente a su auténtico ser”, siendo la “condición para el asombro”. Por el contrario, la pereza, en el sentido antiguo, no es sinónimo de ocio, sino más bien es la falta de ocio, es decir, es acedia, es la falta de cuidados por uno mismo.
Entonces ¿por qué el término ocio ha sufrido este giro despectivo? Las sociedades contemporáneas se han vuelto, como señala Byung-Chul Han, “sociedades del rendimiento” donde se busca que cada sujeto produzca el máximo posible, de manera que todo otro tiempo en el que no se produce/trabaja es considerado un tiempo improductivo. En esta línea, la virtualidad no ha hecho más que esfumar los límites que en el pasado permitían diferenciar el mundo del trabajo del mundo familiar o del espacio del entretenimiento. Los antiguos lugares de ocio han sido tomados por la productividad.
En Chile, según la encuesta “Monitor Global de Salud 2023”, el 66% de los ciudadanos piensa que la salud mental es el mayor problema de salud actual, por sobre la obesidad y el cáncer. Por otra parte, uno de cada cuatro chilenos presenta síntomas de ansiedad (8va versión del “Termómetro de la Salud Mental en Chile Achs-UC”). Las causas de estos síntomas son múltiples, pero el ritmo de vida de nuestras sociedades es uno de los principales factores a la hora de explicar la crisis de salud mental que actualmente vivimos.
En esta perspectiva, la mente del sujeto no logra desconectarse de sus responsabilidades laborales y productivas. Sin duda, algunos pueden aprovechar estas dinámicas libidinales para generar beneficio personal, pero no es de extrañar que muchos vivencian estos tiempos libres de manera angustiante, sintiendo culpa por “no hacer nada útil”. El rendimiento nos ocupa y por el contrario nos preocupa “perder el tiempo”. No obstante, como señala Nuccio Ordine, “si dejamos morir lo gratuito, si renunciamos a la fuerza generadora de lo inútil, si escuchamos únicamente el mortífero canto de sirenas que nos impele a perseguir el beneficio, sólo seremos capaces de producir una colectividad enferma y sin memoria que, extraviada, acabará por perder el sentido de sí misma y de la vida”. Al respecto, Ordine tiene razón: estamos enfermos. La cronopatía se ha vuelto la enfermedad contemporánea, manifestada en los síntomas de la ansiedad y la depresión. La preocupación por ocupar cada momento de nuestra vida, de gestionarla, de atiborrarla de actividades y tareas, aun cuando se trate de “tiempos libres”, no hace más que profundizar nuestra incapacidad para reflexionar sobre ella y poder significarla.
Por ello, es crucial reconsiderar el valor del ocio, no como un vacío improductivo, sino como una oportunidad esencial para el bienestar y la autorrealización.