Dra. Carla Rimassa Vásquez. Investigadora del Instituto de Tecnología para la Innovación en Salud y Bienestar (ITiSB) de la Facultad de Ingeniería de la U. Andrés Bello.
Chile ha experimentado un acelerado incremento del envejecimiento poblacional, observándose que en las últimas cuatro décadas ha triplicado su población de adultos mayores, estimándose que para el año 2050 un 30% de la población tendrá 60 o más años, convirtiendo a Chile en el país con mayor proporción de personas mayores de América Latina. Lo anterior es consecuencia del cambio demográfico que se produce por las mejoras en las condiciones de la salud y disminución en las tasas de mortalidad y fecundidad. Ahora bien, el estudio de Carga Global de Enfermedad, realizado en 195 países (1990 – 2017), determinó que de 293 enfermedades registradas en el sistema de Clasificación Internacional de Enfermedades (ICD10), 92 estaban directamente vinculadas al envejecimiento. A nivel nacional se evidencia que las personas mayores presentan coexistencia de 2 o más enfermedades crónicas, situación que incrementa la demanda de cuidados a largo plazo y los costos de salud asociados.
Por otra parte, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS) casi un 30% de las personas mayores de 65 años experimenta una caída, aumentando la probabilidad a medida que avanza la edad, siendo condiciones de riesgo la disminución de la capacidad funcional y la reducción en los niveles de fuerza muscular, en la flexibilidad, en el balance, en los niveles de actividad física y en la conciencia del riesgo de caídas. De esta forma, las caídas y sus consecuencias son una de las principales causas de morbilidad y mortalidad entre los adultos mayores. Se calcula que 646.000 personas mueren anualmente por caídas en todo el mundo, siendo las personas mayores de 65 años quienes sufren mayor cantidad de caídas mortales. No obstante, una caída no fatal puede dejar lesiones graves (traumatismos encéfalo craneanos y fracturas de cadera), que pueden requerir hospitalización y/o dejar estados de dependencia parcial o total, transitoria o permanente.
Otro aspecto que señalar es la reducción del espacio cotidiano en las personas mayores, porque limitan sus recorridos al ámbito de la vivienda y el barrio y aumenta el tiempo de permanencia en el hogar, lo cual vuelve a estos lugares en espacios centrales del envejecimiento y el principal contexto de socialización. De ahí la importancia de incorporar la planificación urbana gerontológica y promover un diseño que favorezca la vida independiente, segura y activa. Lo anterior es promovido por la OMS (programa de ciudades amigables), señalando la necesidad de desarrollar estrategias de adaptación de los espacios urbanos para contribuir a un envejecimiento activo, mediante la introducción de nuevos diseños (edificios y espacios públicos), la incorporación de nuevos servicios y equipamientos (transporte público accesible) y la promoción de servicios de proximidad y ayuda a domicilio, porque la accesibilidad es un factor determinante de la calidad de vida de las personas mayores.