Dr. Fabián Andrés Pérez,
Académico Departamento de Humanidades,
UNAB, Viña del Mar.
Las Erinias, personificaciones de la venganza y la furia en la mitología clásica del mundo antiguo grecorromano, eran una de las deidades más temidas y respetadas. Entidades femeninas implacables que provocaban un temor reverente, ya que eran ejecutoras de la ley, la venganza y los castigos por crímenes morales y, con mayor énfasis, ajusticiadoras del parricidio. Hesíodo las presentó como las Furias: Alecto (la implacable), Tisífone (vengadora de homicidios) y Megara (la celosa, que castiga las infidelidades). La imagen violenta y el temor que se construyó en torno a sus identidades provocó que fueran nombradas Euménides (las “benévolas”), a modo de antífrasis, es decir, llamándolas por cualidades contrarias a su naturaleza con el fin de evitar su ira. Lo de llamar a ciertas cosas por características contrarias a su naturaleza, es un ejercicio mental que se configura casi a niveles emocionales, pues tiene como finalidad aminorar las consecuencias, evitar las furias y los resultados de acciones que generan contradicción y culpa.
Por estos días —estos últimos meses o años, en realidad— Buenos Aires y Argentina están viviendo en un estado de incomodidad y tensión, acaso una suerte de enojo sostenido, medianamente silencioso y contenido por años y que, debido al vértigo de los últimos meses, mediado por la efervescencia de una campaña electoral atípica, irrumpió fulminantemente. La campaña de Javier Milei concentró las miradas nacionales e internacionales por el uso de una retórica atípica y, a la vez, esperable de un candidato que colinda ideológicamente con los discursos de la Alt Right, de un libertarismo disfrazado de liberalismo y de los modos, performance y aspiraciones del populismo. A todos esos ingredientes, además, habría que sumarle un coqueteo con la farándula, un mesianismo con derivas religiosas y una retórica de la furia. La ira contra la “casta”, esa izquierda corrupta y burocrática, profesional e inculta, negligente y parasitaria, “ñoquis” y “piqueteros”, fueron el dispositivo elegido para una estrategia efectiva: la construcción del enemigo, de un chivo expiatorio que teniendo o no, efectivamente, la culpa de la hiperinflación, del no crecimiento económico y de la descomposición política y social del país, serían apuntados como responsables, traidores, ladrones y malhechores. La furia que Milei ha demostrado en cada una de sus apariciones públicas, entrevistas o posteos en redes sociales, han tenido múltiples y contradictorios efectos. Por una parte, lograron la adhesión de aquellos sectores desencantados por años de gobiernos peronistas y la admiración de un sector joven de la población que encontraba sentido al mantra libertario que afirma que no es posible el despegue económico si no hay un Estado robusto. También, el temor al delirio. Lo cierto es que la furia y las declaraciones altisonantes y frentes transpiradas mostrando venas marcadas y ojos irritados, se hicieron una constante. Primero, como espectáculo. Después, como lugar incómodo.
Estas últimas semanas, la retórica de la furia ha mutado. Primero, en una jugada inesperada, su discurso giró hacia el nacionalismo. Retomó las pretensiones sobre la Antártica, estrechó lazos con Estados Unidos mediante relaciones estratégicas
militares (y de pasó cerró la puerta a la injerencia china en el país) y compró aviones F-16 a Dinamarca, con fines disuasivos y de seguridad. Con eso, además de tensionar a Chile y alejarlo (aún más) de la influencia de Estados Unidos, está confirmando que su retórica de la ira no era solo eso, sino una visión de gobierno y una estrategia de consolidación de poder. Lo último, los recortes a la educación superior pública (casi un 80% a la UBA y acusaciones de que son centros de adoctrinamiento político), desató la ira de una sociedad que ve en las universidades un bastión de la cultura cívica. El martes 23 de abril se convocó a una de las marchas más multitudinarias de los últimos años. Lejos de buscar la mesura, Milei optó por la furia: un meme de un león bebiendo de una taza con la inscripción: “lágrimas de zurdo”. Todo parece indicar que el tono sarcástico y furioso no bajará de intensidad, aun cuando el enojo parece ir en aumento y con ellos las grietas se hacen más evidentes. Las iras en la “ciudad de la furia” de Cerati o en “la terrible” Buenos Aires de Marechal, parecen no tener descanso. Hay que ver qué sigue.