A propósito de la Constitución, estos días se reavivó la discusión del aborto. Lamentablemente, en la convención no hubo análisis profundos, pues se privilegió la mirada política de la libertad de la mujer y no el fundamento filosófico que subyace al aborto. El problema central aquí es la humanidad del feto, ausente en la discusión por sus implicancias morales y políticas. Si el feto es humano, el aborto vulnera su libertad y constituye un homicidio.
¿Cómo abordar el problema? La ciencia experimental y la democracia no tienen voz sobre la humanidad, que no es objeto de experimentación ni decisión de mayorías. La alternativa es entonces la filosofía, cuyo objeto son las esencias: aquello que define a los seres según su naturaleza.
La única posición antropológica que no se contradice lógicamente es la que arguye al feto como humano: un ser que procede de humanos y que se define por sus facultades humanas: racionalidad, voluntad y libertad. Todo lo demás (cultura, circunstancias y acciones específicas) es importante para entenderlo en trayectoria, pero no define ni cambia su esencia. Esta, nos guste o no, existe desde el momento en que aparece un nuevo ser: la concepción. De este modo, y aunque no lo crean, quienes aprueban el aborto consienten en la eliminación de un ser humano.
Daniel Nieto Orriols
Director Licenciatura en Historia U. Andrés Bello, sede Viña del Mar